Ha pasado tanto tiempo ya desde que nos abandonamos al olvido. Aún conservo aquellas heridas flagelantes del adiós, y el dolor, que se derrama como parafina tras el fuego del candil. Para ser honesto, no pasa día alguno en el que no te culpe por este sentir.
A mi sorpresa llega una carta firmada con tu nombre y un sello azul, mas prefiero no abrirla. Podría quemarla, pero el invierno anida en mí y no hay llama alguna que combustione en ese delgado papel avellana. Y así, la condeno a una perpetua prorroga sobre la mesa del reloj que marca la eternidad con su movimiento lento, su círculo inmortal que repite sin fin.
Los años se escurren de mis dedos como arena queriendo regresar al mar, y la carta permanece sin leer, el polvo se acumula sobre el nombre escrito con tinta vieja. Pero en ese entonces comienzo a preguntarme: ¿No sería acaso una carta llena de amor y reconciliaciones? ¿Podrías ese trozo de papel contener palabras de dulce de leche para mi? ¡Y yo acá, odiándote mientras todo este tiempo estuviste amándome! Bebiste del tiempo y esperaste que la vida se consumiera en soledad ¿Aun estarías esperando una respuesta pese a los largos años de esta semblanza perecedera? ¡Aún estoy acá!
Ahora sólo puedo culparme por aquella carta nunca abierta que duerme bajo el compás del reloj. Pero temo abrirla y darme cuenta de que todo fue mi error, de que intentaste todo por mantener la llama viva del amor y yo, necio, rehusándome a alimentarla con mi comprensión.
¿Por qué no viniste a mi? ¡Es que no ves que no puedo abrirla ahora! Me odio por no escuchar a la tinta vieja gritar tras el papel tan dulces palabras para mi. Me aterra que tras el sello azul, sea yo el único culpable de esta soledad. No toleraría saber que lo arruiné otra vez.En la senescencia de mi vida, quizás no tenga otra oportunidad de redención por abandonarla sobre la mesa polvorienta. Ahora me vuelvo cenizas cargando con esta pena y la carta permanecerá cerrada hasta el fin de los tiempos.