Compraste el viejo chalet de la ciudad. Lo compraste porque tenía un buen precio, aunque te dijeron que no era conveniente. Ya sabés: La casa está llena de relojes de antiguos dueños. La realidad, es que no sos muy creyente en los fenómenos paranormales del mundo y te aprovechaste de esas tontas creencias. Bien por vos.
Estás de pie en su frente y mirás sus paredes leprosas llenas de moho. El chalet es lindo, si, pero le falta laburo. Sus cuatro pisos de altura y aquellos antiguos postigos te hacen comprender que es el mejor trato que pudiste haber cerrado en tu vida. ¡Basta de alquileres!
La gran puerta te conduce al interior de una sala enorme. Te da curiosidad, porque está llena de polvo y relojes. Polvo donde había muebles. Y relojes donde… bueno, están ahí, colgados. Como si no hubiese pasado el tiempo para ellos. Al menos la estructura está bien. Pero toda esa tierra, va a ser difícil de limpiar. La alergia te va a hacer pedazos.
Hay trabajo que hacer y mirar toda esta suciedad no soluciona nada. Te lleva un día entero barrer todo. El empapelado de la pared puede esperar, lo importante es que tengas tus muebles para que puedas vivir en tu casa. Comenzás sacando esos relojes feos... No lo sabés, pero eso no parece gustarles. Luego colgás decorativos tuyos: fotos y cuadros. Una planta en aquellas esquinas, si aquella, la oscura. El baño y la cocina van a ser caros, pero qué más da ¡Ahora tenés todo el tiempo del mundo, porque ésta es tu casa!
Sin embargo, cuando terminaste de acomodar más o menos las cosas, un cuadro cae al suelo. El cristal se hace añicos. Te aproximás a verlo, pero luego las sillas metálicas se herrumbran. Las fotos se decoloran y la planta muere… y se hace polvo. Cuando tocás tu rostro, notás arrugas. ¡Los relojes que sacaste giran frenéticamente! Corrés rápidamente a la puerta, pero antes de alcanzarla te volvés polvo también.
Te diría que seas un poco menos escéptico la próxima vez. Con el tiempo no se jode.