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20 Apr
20Apr

Me levanto de la cama con frío, porque ya terminó el verano y da paso a uno de esos otoño de hojas amarillas que caen y temperaturas bajas. Húmedo, pero de poca lluvia. Entonces salgo de mi crisálida de colchas temblando y abro el placard buscando mi ropa. Paso de las camisas finas que ya ni dan protección, pero me detengo en el traje negro. No recuerdo tener un traje negro. ¿Quien usa un traje negro hoy? Así, tan negro y tan traje y tan adentro del placard pero tan olvidado. 

Lo pongo sobre la cama para mirarlo bien, mientras los pelos erizados de la piel me recuerdan que aún hace frío y que recién me levanto de la cama. Sin embargo, el traje… no sé. No sé de dónde salió, porque parece un traje de gala o de fiestas. En sus bolsillos tiene un par de guantes, y son blancos. Entonces los sitúo sobre las manos, las suyas, no las mías; y el pantalón en la parte bajo la cintura. Lo armo como una persona que tiene dos centímetros de espesor y está acostada en mi cama. 

Lo increíble es que el traje se mueve. ¡Se mueve de costado y baila! Tiene olor a baile. Ese olor a humo de cigarrillo y alcohol que impregna la ropa cuando uno sale de joda. Entonces se levanta de la cama y baila más. Mueve sus piernas y el saco gira. ¡Es tan divertido! Le aplaudo porque baila bien. Mejor que yo al menos que no se nada de bailar.  

Se mueve por la habitación, y yo quieto y con los pelos erizados. Pero tiene un singular encanto verlo moverse. No es que uno vea a los trajes moverse solos todo el tiempo. Yo me siento privilegiado por verlo desplazarse. Va hacia la puerta y la cierra, elegantemente. Luego pone la llave en la habitación. Y me mira, o imagino que me mira porque allí no hay rostro, ni cara, ni ápice humano más que la silueta del traje, pero por la torsión que hace imagino que se giró hacia mí, y su mano o el guante se mueve lentamente por la pared hasta el interruptor de la luz. 

Y la luz se apaga. Ya no me divierte, porque no puedo ver que va a hacer el traje negro en la oscuridad. ¡Hace tanto frío!

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