Al entrar en la biblioteca los veo a todos muertos. El bibliotecario y otras cinco personas. Paseo la mirada por el resto de la habitación: Las velas aún están encendidas y los muebles sucios con su parafina. Libros sobre la estanterías y la mesa tenuemente iluminadas por una luz descolorida que pinta débilmente la oscuridad. La ventana está perfectamente cerrada y no hay el mínimo atisbo de violencia.
Mi ayudante se aproxima al bibliotecario y no tarda en decretar que se trató de un paro cardíaco, pero la situación es extraña porque no puede ser coincidencia que seis personas mueran de esta manera. Y eso no es todo, porque murieron de a pares como si bailaran. No lo sé. Hay algo que se nos está pasando por alto y entonces un sutil brillo capta mi atención.
En una de las estanterías, en el lugar en el que debería de haber un libro, hay una cajita musical. Es de apenas unos diez centímetros con un dorado añejo, como si viniese de mucho tiempo atrás. Dos bisagras permiten levantar la tapa que sostiene a los bailarines, pero permanezco estático socavando detalles, como si esperase que ellos me contaran que ocurrió… tengo la sensación de que están riendo.
Tras muchas vueltas al asunto, abro la pequeña caja y un vals comienza a sonar. Pero su sonido que nace del cilindro y los peines, termina sonando como si viniese de forma etérea a través de las paredes y las estanterías. Desde las entrañas de un mundo onírico alejado de nuestra realidad.
Y lo peor comienza ahora. El sonido me obliga a moverme ¡Mi cuerpo no responde! Se mueve por orden de las notas musicales hasta mi ayudante. Me fuerza a tomarla de la cintura y ella se ve forzada a agarrarme del hombro. ¡Estamos bailando un vals!
Giramos alrededor de los cadáveres sin poder detenernos. Ella me dice que todo terminará cuando la caja se quede sin cuerda… ¿qué cuerda?
Entre el misterio y el terror comprendo cómo murieron los otros, y me aterra aún más el saber que terminaremos como ellos. Porque tras cada giro, puede ver que la pareja sobre la cajita está riendo.