Desde que vivo en este departamento no dejo de escuchar ruido desde el piso de arriba. ¡Me van a volver loca! Voces, mil voces que escurren por las paredes del viejo edificio. ¡Y notas! Notas musicales. De un piano o de una armónica que giran en espiral por viejas cañerías. ¿Pero quiénes creen que son?
¡Ya basta! No voy a tolerar un segundo más que perturbe mi tranquilidad. El ascensor me sube hasta el pasillo, pero al llegar, siento un profundo y ensordecedor silencio. Un silencio ruidoso, intranquilo. Y a medida que más me aproximo a la puerta, el silencio más profundo se hace, incluso dejo de escuchar la circulación de la sangre en mi cabeza.
Golpeo la puerta decidida y el sonido, efímero, desaparece rápidamente. Pero nadie abre. Supongo que gané la batalla. No obstante, al regresar a mi departamento todo vuelve de una manera abrumadora. ¡El ruido es insoportable! ¿¡Me está tomando el pelo!?
Subo corriendo por las escaleras y golpeo la puerta silenciosa… otra vez. Solo hay silencio y nadie abre. Tiro del picaporte y abro de todas formas dispuesta a gritarle de todo. El departamento está vacío, con una mesa y seis sillas, y algo más al fondo, un viejo piano. Frente a él, una mujer con un vestido dorado: la inquilina.
Doy unos pasos, y grito con fuerza, pero de mi boca no sale sonido alguno. Ella permanece tocando el instrumento afónico sin percatarse de mi presencia. En un arrebato de ira me aproximo y la sacudo del hombro, pero la dama silenciosa solo voltea y me mira con sus ojos profundos… ¡Lo que veo en ellos me hace huir!
¡Sus ojos me robaron los sonidos! Allí vi un destello que giraba en espiral como nubes en una noche ventosa. Vi melodías girando, mudas, en un remolino que se perdía trás el iris. ¡Los vi desterrando y devorando los ecos de mi propia voz!
¡El silencio es tan ensordecedor que me ataca! ¡Está enojado y no se como calmarlo! Voy hacia el balcón y el abismo se abre ante mis pies… Remolineando seis pisos abajo en una espiral silenciosa. El único sonido será el impacto contra el suelo.