Los misterios de la mente humana siempre fueron para mí algo sorprendente. Pero lo que más me cautiva de las circunvoluciones del cerebro son los sueños. Esa poderosa capacidad de crear situaciones, inverosímiles, pero que de alguna manera, nos hace creer que ese singular evento está ocurriendo realmente. Nos convence de que hay una explicación tras la ridiculez y ni por asomo dejamos de creer que es real. Que verdaderamente estamos ahí, en una posición, que de ser cierta, sería más humillante que preocupante.
No pretendo distraerle más con estas banales divagaciones, porque el hecho en concreto que estoy por abordar, ya se explica por sí solo en la primera frase. Y comienza: una noche soñé que soñaba con ella.
Estaba ahí, en un mundo onírico donde los colores de alto contraste huelen a jazmín. Y donde se camina por senderos entre fatuas estrellas. Dentro de una quimera que nada tenía de realidad. Puede esto sonar muy divertido, y es que en verdad lo es. Solo un sueño inofensivo de una mente agotada tras un arduo día de trabajo.
Soñé que viajaba con ella. Corría carreras sobre los anillos de Saturno, y de pronto, estábamos en la superficie irregular de Deimos, a unos pocos kilómetros de Marte. Es casi ridículo, pero yo estaba allí, en otro lugar con ella. Y todo era real, como bien podrá imaginarse, porque eso es lo que el sueño intentó transmitir. Quizás también alguna metáfora de algo olvidado en mi vida, y que debía de darle atención, no lo sé, porque en ese momento uno no entra en esos cuestionamientos. Y después, y con esto me refiero a otro lugar, otro espacio (y probablemente otro tiempo), ella era la reina del mundo. Sentada en un trono de flores de amapola, yo le juraba lealtad con una espada de quebracho. “Mi emperatriz cuida de mí, como siempre lo haré de ti” Y en sus manos, la llave que abría las puertas de la humanidad a algo más allá de lo terrenal. A lo intangible del conocimiento y la propia esencia humana. Pero claro era, que todo parecía tan mundano. Como si eso pudiese ocurrir algún día.
Es entonces, donde mi cerebro, comenzó a mostrarme una nueva percepción del sueño. Lo más cercano a la realidad, porque en ésta ilusión caminaba por una Córdoba tan real que no podría saber que estaba soñando, era un prisionero de mi propio subconsciente. Y es que la capital era tan sucia como la recordaba. Los colores estaban apagados, y carecían de ese hermoso tono. Solo una ciudad secular y de lo más tangible.
Caminé por la misma peatonal que conocía y fui a verla a ella, a su estudio, las mismas cuatro paredes blancas en las que antaño, percibí. O creía conocer. Estaba allí, como siempre, porque de alguna manera mi cerebro había asociado el lugar a su presencia. Dicho en otras palabras, ese lugar no podía existir en mi cabeza si no se generaban ambas imágenes a la vez. La alfombra roja, el piano, los cuadros y ella. Todas imágenes generadas por mis neuronas, cuya existencia estaban ligadas las unas a las otras, y si una desaparecía, este reflejo real se desplomaba. Pero yo estaba ahí, de pie, sintiendo el calor de su piel y se lo sentía real. Pese a esto, había una falla en esta intrincada arquitectura ilusoria que descubrí tarde.
Ella es pianista. Y también la razón de existencia del piano en esta sala de alfombra roja. No obstante, como una extraña coincidencia de la vida, ella aún no había tocado nota alguna en aquel instrumento. Es a mis ojos, una pianista que no toca el piano. Y cada vez que le pedía que lo hiciera, alguna excusa (completamente real) surgía. Llegado a este punto, no sabía que esto era un sueño, y a mi parecer, todo tenía sentido y le resté importancia a este evento de casual infortunio.
Los días transcurrieron y mientras más la conocía, más me rendía sus encantos. Ella era perfecta. O al menos, aquello que es perfecto para mi. Las coincidencias no hacían otra cosa que acumularse: su edad, el hermoso otoño, sus gustos por algunas cosas intrascendentales, todo coincidía. Y cuando no lo hacía, entonces amalgamaban como las finas piezas de un juego de té. Probablemente, todo esto son necesidades que mi cerebro intenta transmitir, pero ya en esta situación comencé a comprender que algo no iba bien. Y es que lentamente discernía al sueño escondido en este esbozo de falsa realidad.
Después llegó otro día. Estaba soleado y ella tenía que hacer otras de las tantas cosas que, en teoría, sabe hacer. Y esta vez, era una competencia danza artística. Como era de esperar, yo estaba ahí, expectante de un show en el que no nada podría salir mal. Y de ahí que comienzo a preguntarme cómo se vería ella vistiendo esos delicados zapatitos de baile. Una duda que rápidamente desaparece cuando la veo venir a mi. Sin el calzado puesto y detrás de ella, unas nubes negras cubren el cielo con matices terrosos. Una extraña sensación de agobio llegó a mi y me alertó de que algo iba a ocurrir, y luego la previsible noticia de que el viento suspende el encuentro. Estuve menos sorprendido esta vez, y aunque su presencia alegrase el momento, caí en la realidad.
Comprendí por lo tanto, que esto era un sueño. Algo que usted ya sabía de inicio, pero me temo que aún no comprenda mi dolor. Cada demostración que debía sorprenderme, era evitada por una sutil estratagema de mi cerebro al no poder crear una imagen suficientemente convincente. Ella no podía tocar el piano, porque mis neuronas, carentes de dotes musicales, no podrían elaborar una melodía de piano original y con la elegancia que hasta el momento me había mostrado. Ella no podía danzar, porque mi cerebro no tiene magnitud alguna de los movimientos artísticos del baile. No entiendo, sin embargo, porque no decidió engañarme de otra manera, aunque tal pregunta es un sinsentido dado que parte de mi propia imaginación. Porque todo lo que había creado era real y éste no era otra cosa que un oscuro sueño que se transformaría en una pesadilla al despertar.
Sabía que en el amanecer, todo desaparecería y yo permanecería enamorado de una persona que no existía Enamorado de un espejismo. Un reino sin mi reina. Una nave sin mi astronauta. Pero éste mundo era tan real que difícilmente pudiese haber notado esas sutiles coincidencias. Esas señas, tenues, pero esclarecedoras de una verdad que no quería aceptar. De ahí que llegado a este punto, solo podía esperar despertar y comprender que dormía solo.
Y entonces, así ocurrió.
La luz se filtraba por la ventana con haces naranja de un sol naciente. Evidentemente, allí estaba yo, solo. La misma habitación que conocí en estos meses, mis sabanas, el placard y las paredes albinas. La única vida humana, era mi presencia. Estaba desplomado sobre el colchón mirando el techo penumbroso, que me devolvía la vaga silueta de ella, y la fijaba en mi retina. Porque ella era un amor imposible para mi. Solo podía soñar después de verla cada día por la calle. Y hubiese deseado confesar mi querer, pero la duda colmaba mi mente y finalmente el miedo me derrotó. Ella ya tiene otro amor, y yo solo espero en el jardín del olvido. Mi vida solo fue un paseo sin sentido sin sus caricias. Los rasgos de su cara se hacen difusos, al igual que las aventuras que viví en mi cabeza. Todo se esparcía como bruma al céfiro de la mañana.
Suspiro. Contemplo con pesados ojos al despertador contando los segundos de agonía que me tocaría vivir antes de comenzar la rutina sin fin. No obstante, es cuando entre mis sabanas, encuentro un ovillo de lana que no recordaba haber abandonado. Pero aquello era más que una simple pelota de hilos y entre sus surcos, asoma un siseo que rápidamente cobra vida en una serpiente negra.
¡Y me ataca! Hundo la cabeza en la almohada para evitar la ponzoña de sus colmillos Pero comprendo que estoy cayendo al mar. El agua se abre a mis pies, sin embargo, antes impacto contra las teclas de porcelana de un piano, y luego, los zapatos gastados de danza. Finalmente, quedo inmóvil en el océano con esa sensación agobiante propia de la parálisis de sueño. Porque mi cerebro, quería evidenciar que aún podía humillarme un poco más antes de despertar realmente.
Y aunque la presión en el pecho se sienta fuerte, consigo dominarla y lentamente abro los ojos en mi dormitorio. El real. Tomo aire como quien desea respirar y giro a la izquierda. Mi piel contra su piel y un cálido abrazo. Solo fue un sueño dentro de un sueño. Soñé que soñaba con ella.